El rey de las ratas

De la contraportado por Julio E. Miranda

La capacidad fabuladora de Ednodio Quintero no necesita prueba. A lo largo de cinco colecciones de cuentos y dos novelas Quintero ha sumergido a sus lectores en experiencias tan variadas como la de convertirse en caballo o en perro, enamorarse de hechiceras e hijas de magos, galopar entre neblinosos caballeros arcaicos o habitar ciudades cuya plenitud hace inncesario a los dioses.

Sin embargo nunca como en El Rey de las Ratas había creado Quintero un mundo tan espléndidamente autónomo, gracias a las memorias (¿verdaderas, apócrifas?) del viejo monarca voluntariamente exiliado en su refugio montañoso. Animado acaso por el poderoso aliento satírico de un Swift, Quintero -o su desengañado rey o el pintor que lo visita- inventa -o recuerda- una sociedad de ratas en que se suceden conspiraciones de palacio, premios y castigos distribuidos al azar por una máquina, desenfrenos carnales. Un incendio casual, la falsa noticia de la muerte del rey, un motín popular propician la huida de este melancólico gobernante, saciado del poder y los placeres: “Fui rey -aún lo soy?-, mendigo, jornalero, monje y cazador. Ahora soy ermitaño y finjo ser escritor. Solo esta última ilusión me mantiene con vida y cuando acabe quiero morir”.